Como diplomáticos, agentes comerciales privados o simples viajeros, fueron numerosos los extranjeros que en el siglo XIX recorrieron la recién fundada y promisoria república, dejando testimonios escritos que constituyen fértil materia para los investigadores de la historia social de ese período. Como los cronistas de la conquista y la colonia, a los que continúan de otra manera, realizaron valiosas disecciones etnográficas que arrojan mucha luz sobre usos, costumbres y sucesos del país, pero también mucha luz sobre la forma de ver de esos extranjeros, porque sus atentos y a veces logrados bocetos no sólo describen una realidad sino que al mismo tiempo dan cuenta de una forma peculiar de interpretarla. Tal vez pueda verse a tales cronistas y viajeros como los verdaderos fundadores de una manera que busca comprender a los habitantes del llamado nuevo mundo como pintorescos y exóticos, forma de mirada y de comprensión a la que, por extraño que parezca, aún muchos de nuestros artistas y escritores se suman, encontrando allí una mina artística y rentable.
Hermann Schumacher (1839- 1890), ministro residente del imperio alemán en los Estados Unidos de Colombia entre 1872 y 1874, fue uno de ellos. A él debemos una obra amplia sobre importantes aspectos de nuestra vida cultural y social: sus "retratos" de Mutis, Caldas y Codazzi. Ahora, con cien años de retraso y en el marco de las celebraciones del bicentenario de la Expedición Botánica, tenemos acceso a Mutis, un forjador de la cultura, en la que trata de reconstruir la evolución cultural del sabio desde su partida de España hasta su muerte en Santafé de Bogotá, su obra científica como explorador de la naturaleza, y reconstruir el clima y la atmósfera social y política del virreinato en que Mutis se desenvolvió, aunque como lector uno quede con la impresión final de que para el autor el verdadero héroe de la jornada fue el barón Alejandro de Humboldt.
Pero Schumacher, a quien Ernesto Guhl, el traductor, menciona como "uno de los latinoamericanistas más sagaces del siglo XIX", fue un viajero diferente y tal vez excepcional, pues, aunque mezcle en su relato de manera inevitable sus impresiones presentes, muchos de sus prejuicios y algunas inexactitudes, trató de recrear un episodio cultural pasado y, lo más importante, quiso hacer una obra de historia en sentido riguroso. Él mismo lo confirma: por ejemplo, cuando nos presenta su idea, ciertamente moderna, de las biografías, que "se refieren a aquellos detalles que en alguna forma sean característicos de las diferentes épocas, la familia, la amistad, los recuerdos de viaje, las controversias de los eruditos, los proyectos fantásticos, etc.". 0 de manera mucho más explícita, cuando señala cómo "los errores y falsos conceptos" le exigieron buscar "el texto original, la interpretación y la crítica", y se permite definir con claridad la orientación general de su proyecto: "Se han tomado esos acontecimientos en su fuente original, y se han investigado adoptando un método crítico".
Y sin embargo el producto resultó discutible, por lo menos en relación con la historia del saber y de la cultura, sin olvidar para nada el siglo que ya pesa sobre la obra. Se puede discutir acerca de su carácter afortunado o infortunado en cuanto crónica; sobre la exactitud o el carácter fantasioso o poco realista de sus descripciones; pero lo que resulta en extremo difícil es su consideración como obra histórica propiamente dicha. Y ello por una razón central: en su trabajo los documentos están simplemente ahí, al lado, en las páginas finales, citados con juiciosa erudición pero sin intervenir en el análisis, de manera que el trabajo científico y divulgativo de Mutis y de la Expedición Botánica se agota en la crónica comentada que no pasa por el análisis interior del universo de saber al que tanta importancia formal se le concede, tanta importancia que en las emocionadas palabras del presentador del libro se le achaca de manera directa a ese saber la gestación de una nación. Excelente información documental para el que intente en el futuro encargarse de estos temas más allá de la crónica reverencial. Y del otro lado, en las páginas interiores, está el texto, en trazos generales la visión, ya convencional para la época, del papel del saber y la cultura en nuestra sociedad entre 1760 y 1820, y una narración cronológica y anecdótico de las labores de la Expedición Botánica, narración que, cien años después de escrito el libro, y conocidos ya los trabajos documentales de Guillermo Hernández de Alba sobre el tema (Diario de observaciones de José Celestino Mutis y Archivo epistolar del sabio naturalista José Celestino Mutis), resulta un poco avejentado. Por eso parecería que Guhl, el traductor, se apresura un poco en su elogio cuando afirma sin ninguna duda que la obra "llena un vacío que nadie hasta el momento ha intentado colmar, en el sentido de investigar y describir la situación económica, política y social, así como el ambiente cotidiano de la Colombia de hace doscientos años", vasta y necesaria empresa de la que se puede estar seguro que no ha sido cumplida para ningún período de la historia del país.
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Quizá se trate de formas de lectura, pero a pesar de lo anterior el libro de Schumacher, desde ángulos seguramente muy distintos de los que imaginó el autor y de los que tal vez animaron a los promotores y editores presentes, resulta de notable interés. Señalo algunos puntos de manera rápida y por la vía del ejemplo. Permite, por ejemplo, en alguna medida, una visión menos lírica y patriótica de la Expedición Botánica, ya que la liga de manera decidida a los temores hispanos frente a los intereses "botánicos" de otras potencias colonialistas, a la ambigua política borbónica de estímulo a la actividad productiva agrícola y a las apremiantes necesidades de la corona. Por eso puede escribir: "La atención se concentró en primer lugar en el reino vegetal, ya que el acceso a las riquezas de la flora era más fácil, y menos costoso su aprovechamiento". En otra parte dice: "La Expedición Botánica también se orientó cada vez más hacia objetivos fiscales. Personalmente Mutis se interesó por aquellos elementos del reino vegetal susceptibles de convertirse en mercancía".
Así mismo sería de mucho interés la lectura calmada y entre líneas de la correspondencia que sostuvieron Carlos Linneo y José Celestino Mutis citada por Schumacher, pero también la publicada por Guillermo Hernández de Alba, pues podría adivinarse ahí, entre tanta fórmula de cortesía, un tenue anticipo de lo que llegarían a ser las futuras y habituales relaciones entre las "metrópolis" y las "periferias" en el orden del saber. No por lo que Schumacher pueda escribir sino por lo que una lectura más realista, que atendiera a quiénes eran los agentes sociales de ese intercambio epistolar, podría captar. Así, por ejemplo, Mutis, a quien Linneo había encomendado "cuidar de los intereses de las ciencias naturales y de la botánica" en estos territorios, enviaba al sabio sueco numerosas colecciones de herbarios y múltiples dibujos que éste sabía agradecer con demoradas cartas que tanto emocionaban a nuestro sabio en Santafé, a "tantas leguas de la civilización", como decía. En una carta de respuesta a Linneo, Mutis escribe: "Palabras tan lisonjeras como las que usted dedica a mis informaciones, no me las imaginaba yo, ni mucho menos. No merezco estos reconocimientos y soy tan feliz de poder cumplir sus deseos, más cuando tánto aprecio sus indicaciones". Y en la muerte de Linneo, Mutis escribía a su hijo en Estocolmo: "Mi correspondencia con su padre (...) era íntima y, por mi parte, exclusiva frente a otras personas. No me dirigí a terceros, ni siquiera a mis propios conciudadanos". Mutis fue en la periferia el aplicador práctico y diligente de un modelo de saber, la clasificación, que nunca discutió.
Y un punto final a manera de coda: ahora que empezamos a fijar nuestros ojos en los libros de viajeros como fuente documental de nuestra historia social, debemos aprender a mirar en varias direcciones para indagar los códigos que animaron la mirada del viajero y del cronista. En la obra de Schumacher, por ejemplo, pueden encontrarse por montones muchos de los prejuicios que Europa alimentó y alimenta sobre nosotros.
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Después de repetir el mito sobre las dos formas de colonización y sus consecuencias, la germana y la latina, como él lo dice, escribe: "La sangre negra hizo propender hacia la rudeza física y espiritual, y, bajo la influencia del burdo cruce, las razas degeneraron una generación tras otra". Y el elemento indígena también queda estigmatizado: "Allí, en los alrededores, habitaba la chusma de la selva; su eliminación hubiera constituido un beneficio", escribe refiriéndose a las poblaciones indígenas que habitaban las riberas del río Opón, y qué curioso que mientras Schumacher escribía esto, un paisano suyo, don Geo von Lengerke, arreciaba la batalla contra las naciones indígenas del Opón en la época santandereana y federalista del auge del tabaco y de la quina, tal como hermosamente lo ha recreado Pedro Gómez Valderrama en La otra raya del tigre. Los hombres, sí, los hombres, pero la condena crece. También el clima y la tierra, ya que cualquier empresa material o espiritual se dificulta y hasta se impide "en donde el sol alcanza el cenit, deteniendo el avance del desarrollo de las fuerzas humanas". De ahí que no sea muy difícil que el final inconcluso de la Expedición Botánica sea explicado en térrminos análogos, pues "rara vez trabajos científicos de envergadura han logrado terminarse satisfactoriamente bajo el influjo enervante del abrasador sol tropical". En los capítulos iniciales del libro, donde se muestra la condena que significa el elemento humano nativo, y en el apocalipsis final que celebra, en el capítulo más extenso, la Visita de Humboldt y Bonpland, ¿no se podría encontrar un elemento importante del código de lectura del celebrado Schumacher?
RENÁN SILVA
Mutis, un forjador de la cultura
Hermann Schumacher
Empresa Colombiana de Petróleos
Bogotá, 1984, 325 págs.